ANTONIO CUSSEN. CHILE (1952) |
AIDE-MÉMOIRE
Anota lo más urgente, Pausanias;
traer viva y sonriente a Cleopatra,
sin su caterva de eunucos castrados,
y pasearla en un trono de brillantes
por la Vía Flaminia y por el Tíber.
Acuñar la emisión de los denarios
del Gran Año, con el sol en la cara
y en el sello los planetas en línea.
Montar mi trilogía. Traducirla al griego.
Fomentar medicina de ultratumba.
Plantar palmas egipcias en los cerros.
Ampliar cloacas públicas, limpiar
mi palomar. Mandar hacer la copia
del Adonis de Fidias, con los labios
azules, la belleza del detalle.
Navegar con Terencia por la playas
de África y darle un pedazo del Nilo.
Conseguirse el nombre de ese mimo
que tanto toca, inflama y estremece
al Príncipe. Tomar clase de etrusco.
Ahora mismo tomar clases de etrusco.
O quizás no. Tal vez pueda esperar.
LA SAGRADA FIEBRE DEL ORO
Siento anticipadamente
el tedio y el cansancio general
que está engendrando la sagrada fiebre
del oro. Estos jóvenes romanos
--los distinguidos, no los disolutos--
buscan minas y acrecentar parcelas,
pero sin el tesón de sus ancestros,
que se las batían con chuzo y rueca.
Mira cómo se deslizan los de ahora
por las calles y el foro, más rellenos
que los cerditos de Circe y untados
con óleos de incremento. Escasea
en todos la rebeldía innata
para desatender el patrimonio.
Es verdad que hay algunos ostentosos
que tienen sus bibliotecas, sus colecciones,
sus academias con teóricos de corte
y un remolino de bobos brillantes,
pero los pervierte la codicia
el poder y la vanidad, venenos
que sólo aumentan con los años.
De Mecenas, 2001.
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