ALEXIS FIGUEROA. CHILE (1956)




















ROSAS ROJAS SOBRE LÁPIDAS MARMÓREAS

Amo la sangre viva y palpitante
de los cauces cárneo y trenzados de la piel.
Amo el fruto líquido del árbol de la vida,
amo el surtidor, el fuego fatuo de la herida.

Amo el beso dado hasta la sangre
y el sabor brusco que intercambian los amantes.
Amo la saliva tiñiéndose de a poco,
hasta hacerse un torrente carmesí.

Amo la curva feble de tus labios,
amo la espantosa suavidad de sus rompientes,
rosas rojas sobre lápidas marmóreas,
rosas rojas sobre un muro de hospital.
Rosas rojas, ternura de los días,
amo la sangre viscosa y combinada
con tus cálidos afluentes del amor.
Amo sangre oscura y madurada,
en el lagar, en la cisterna,
que rebalsa ante la luna mes a mes.
Amo el túnel, la boca natural de tu gran río,
amo el fiel calor de sus orillas,
prolongándose en tus piernas de marfil,
amo cuando duermes y estás toda empapada
.. .. .. .. . en lo rojo,
y eres fuente en la que mana tu rubí.
Y tú, eres una especie de ataúd.
Estás dormida y algo escurre de tu cuerpo,
como sangre de una herida deslizándose,
entre tablas olorosas de nogal.
“Vedla allí –imagino- joven, muerta,
nívea, blanca, con el tajo de la muerte
entre las piernas, y la serpiente
asomándose rojiza al exterior”.
Leda y cisne, blancas alas son tus dientes.
Teñiría de ocaso boreal a tu plumaje,
yo, Vlad tepes, Hijo del Dragón,
Destructor de los Infieles,
Cambiaría en amapolas la alba curvatura de tu cuello.

De El laberinto circular y otros poemas, 1995. 


ALICIA EN LA CLÍNICA

Una parte suya dice que aún está,
la otra sostiene que se ha ido.
Corolas y canciones se le mezclan en la mente,
mientras un gusano aspira el humo del haschís.
Una parte suya dice que no está,
se encuentra afuera,
la otra parte de ella la contempla más tranquila,
con un traje color carne pero vuelto del revés:
le han invertido como un guante,
dejando al descubierto el esqueleto
de su educación sentimental.
Y qué caos está Alicia que no está, se encuentra afuera,
qué caos está Alicia intentando descubrirse
en la Alicia verdadera, reflejada en la imagen de detrás.
Qué caos este juego y pobre Alicia,
con los conejos blancos que le llevan tiernas setas,
tiernas setas de crecer y de achicar,
tiernas setas cogidas con cuidado y entre todas una,
ofrecida por la oruga farmacéutica,
que la timbra en la parte superior.
Salud a los circulares fosos de bioquímicos fantasmas,
salud a las esféricas sustancias de chamanes,
salud a las cápsulas redondas en los frascos,
vestidas con el hábito de Hipócrates
y la condecoración de los Hermanos de la Caridad.
Cada seis, cada ocho horas, Alicia corre en círculos,
mas no se mueve, está sentada,
mientras los conejos blancos – helados, espantosos
como el hielo del infierno – dicen
“muere aquí, después allá, sé buena chica,
no te hagas la heroína y devóratela entera”
(así dice el coro de conejos al compás de sus estéreos).
Y ella patalea sobre el piso de baldosas,
dando un mordisco y otro a un sólo lado,
hasta que le meten una sonda y lentamente
baja el valium del Olimpo a su garganta.

De El laberinto circular y otros poemas, 1995. 

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